domingo, 4 de mayo de 2008

GATO



En 1972, gran momento personal y artístico de Piazzolla, y tras haber registrado el año anterior el magnífico LP Concierto para quinteto, formó Conjunto 9, con el que grabó Música contemporánea de la ciudad de Buenos Aires, como trascendiendo la discusión sobre la tanguidad. Los álbumes que realizó ese noneto incluyen los sobresalientes Tristezas de un Doble A, Vardarito y Onda Nueve. A este último pertenece el apenas conocido Oda para un Hippie que hoy presentamos, tema de una hondura superlativa, de una sofisticación estructural y contrapuntística inestimables. Tristemente conocemos sólo parcelas de Astor, especialmente liderando su última formación de quinteto, un legado de piezas y versiones inmortales, por supuesto. Algunos de éstos dejaran su oloroso rastro esta tarde noche (Verano, Nonino, Escualo...) Pero retratar su Oda, es una oda. Para eso estamos.

Pero, ¿cómo abordar este lenguaje, personalísimo, sin bandoneón, con una formación tan atípica? Para empezar, no lo es tanto: no olvidemos que tales instrumentos nutrieron la savia del genuino quinteto. Pero es cierto, coincidirán en esta opinión: el bandoneón imprime al tango el sonido que lo distingue; pensemos, simplemente, en Libertango, un ejemplo de cómo el compositor utiliza su instrumento a modo de elemento brújula, alrededor del cuál se desanudan esas genuinas atmósferas que distinguen su música, haciéndola novedosa, mas sin perder ese halo de melancolía, ese relieve poroso que distingue al tango tradicional. Porque si hay algo que nadie puede negar es su origen: tengo el tango marcado en el orillo, decía. Este triángulo tiene mucho de eso, también. Por eso: déjennos, al menos, intentarlo.

Denostado por los suyos durante la mayor parte de su vida (no olvidemos la tan referida anécdota que retrataba él mismo sobre el tristemente revelador ¡Tóquese un tango, maestro!), hoy en día, Piazzolla no es sólo el músico de tango más célebre en el mundo; es también un compositor cultivado por notables concertistas internacionales, conjuntos de cámara y orquestas sinfónicas. Es posible que llevara al tango hasta sus límites, tan lejos -estéticamente hablando- que muchos tangueros no tuvieron capacidad de acompañarlo en su periplo, ni apenas de entenderlo. A los que sí lo siguieron, y a los que vinieron después, les legó el complejo problema de sustraerse, aunque sea en parte, de su influencia, y de encontrar un nuevo rumbo después de su obra. El postpiazzollismo es hasta ahora una colección de intentos, importantes algunos, pero insuficientes. Lo que vendrá...

Nuestra intención no es tan pretenciosa. Esto es sólo un homenaje a su música, a su legado, a su figura como músico y artista. Si bien es cierto que en este proyecto, que recién camina, subyace una ilusión, casi un reto: el de aprehender debidamente su lenguaje para trascenderlo, hacerlo nuestro, respirarlo y acariciarlo, mezclar su sabor con el almizcle de lo que somos.


Bienvenidos a este paseo por la melancolía de Gato.

Comienza la aventura.


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